Chía,
31 de mayo de 2016
PASEOS
EN CICLA ALREDEDOR DE CHÍA
Chía
es uno de los municipios de la sabana de Bogotá donde más ciclas circulan por
ser un terreno plano con muchas empresas de flores. Desde las 5 a.m. miles de
personas se dirigen a sus trabajos montados en bicicletas de todas las marcas y
estilos, algunas con aditamentos que
permiten cargar a los niños. Esto me recuerda cuando Isolde llevaba a Julián y
Camila hace 25 años, uno adelante y el otro atrás, en su cicla alemana para
hacer todas las vueltas diarias en el pueblo. A la misma hora salen también los
ciclistas que se dirigen a los diferentes recorridos de montaña que abundan en
la región. El paso a Tabio, la subida a La Valvanera y el paso a Tenjo, el alto
de Canicas en la vía de Tabio a Subachoque, el exigente alto de Yerbabuena con
rampas del 10 %, el alto de Papas por la trocha de El Infierno o la vía a Sopó que
en sentido contrario asciende por el paso de El Calvario, con rampas de casi
15%.
Este
fin de semana Camila está de visita en El Bosque de Chía. A pesar que el clima
es bastante inestable, decidimos hacer unas vueltas en cicla. El domingo tomamos la vía a Tabio por el cerro, pasando la capilla de Lourdes para acceder al valle alto del río Frío.
Por un tramo de la carretera que lleva a Cajicá, cuidándonos de los carros que circulan a toda velocidad, tomamos la vía a El Bote que lleva por la parte alta hacia Zipaquirá y La Pradera. La vía pavimentada asciende en varios escalones por el costado oriental del valle, siguiendo el piedemonte de los cerros que separan la cuenca del río Frío del valle del río Bogotá en Cajicá. Llegamos al puente de Calamar donde existe un restaurante de comida típica, con ajiaco, cuchuco con espinazo, mazorcas, etc. Unas arepas de choclo como tentempie para continuar el recorrido, nos da la ocasión para visitar el borde del río Frío que en este sector se encuentra conservado con las especies arbóreas típicas del bosque original: cedros, tíbares, alisos y zonas cubiertas con espesos racimos de chusque.
Por un tramo de la carretera que lleva a Cajicá, cuidándonos de los carros que circulan a toda velocidad, tomamos la vía a El Bote que lleva por la parte alta hacia Zipaquirá y La Pradera. La vía pavimentada asciende en varios escalones por el costado oriental del valle, siguiendo el piedemonte de los cerros que separan la cuenca del río Frío del valle del río Bogotá en Cajicá. Llegamos al puente de Calamar donde existe un restaurante de comida típica, con ajiaco, cuchuco con espinazo, mazorcas, etc. Unas arepas de choclo como tentempie para continuar el recorrido, nos da la ocasión para visitar el borde del río Frío que en este sector se encuentra conservado con las especies arbóreas típicas del bosque original: cedros, tíbares, alisos y zonas cubiertas con espesos racimos de chusque.
A la
hora de continuar el camino se viene un torrencial aguacero, afortunadamente
antes de emprender el viaje. Esperamos un rato sentados a la mesa y vemos los
torrentes de agua que caen desde los techos por las canales mientras dura la
lluvia. Cuando se ve la cadena de montañas hacia el occidente del valle tapada
con neblinas, emprendemos de nuevo la ruta. Sin embargo, pasando el puente para
tomar el destapado a Tabio por la margen derecha del río, el camino es un solo
barrial. Este recorrido se hace al pie del monte con columpios fuertes que
obligan a cambiar las velocidades de la cicla para subir las empinadas cuestas.
De vez en cuando salen los perros a ladrar a los ciclistas, Isolde baja de la
bicicleta y hace el gesto de tomar una piedra, lo que pone en huida a los
cobardes canchosos.
En
Tabio visitamos el parque que es muy lindo y vemos cantidades de gente que
vienen de Bogotá y la región para comprar artesanías, almorzar en alguno de los
restaurantes locales o comprar postres típicos y jugos en las tiendas del
pueblo. Ya es hora de almorzar y nos dirigimos a nuestro acostumbrado
restaurantico a dos cuadras del parque que ofrece un delicioso “corrientazo”.
El menú es una sabrosa y caliente sopita del día, el plato está compuesto por
un pollo en salsa blanca, arroz con ajonjolí, verdura y papa gratinada, con un
jugo de mango o tropical como bebida.
La
salida hacia Chía está en obra vial, el recebo que está preparado para echar la
capa de pavimento, está convertido en un verdadero pegote que ensucia las
ciclas y frena las llantas. Salpicados de barro hasta las orejas subimos el
paso de Lourdes y llegamos de nuevo al valle de Chía por la trocha de la
montaña que las lluvias han dejado llena de huecos y charcos. El cielo se
despeja al pasar la montaña y tenemos un hermoso paisaje sabanero hacia el sur
y el este, con una atmósfera limpia, lavada por los sucesivos aguaceros. Cuando
regresamos a la casa, la tarde está soleada, momento propicio para lavar y
secar las bicicletas, trabajo que nos ocupa el resto de la tarde, pues la labor es dispendiosa ya que quedaron
cubiertas por completo con una gruesa
capa de barro.
Al
día siguiente, lunes festivo, amanece despejada y con un sol radiante. Desde temprano
hace calor, qué contraste con las condiciones climáticas adversas del día
anterior. Preparamos las ciclas y salimos hacia las 10 a.m. en dirección a
Subachoque por la misma ruta de Tabio. El barro en el camino se ha secado y
atravesamos limpiamente el cerro y el valle.
Tomamos
en el pueblo el camino hacia las termales que quedan al pie de la montaña y
emprendemos la subida de 4 km al Alto de Canicas. La carretera
pavimentada sube con un excelente trazado hasta cerca de 2900 m.s.n.m., ascenso
que Camila toma con “una mano en la cintura” aprovechando la comodidad y rendimiento
de su nueva cicla. Isolde viene a su paso songo sorongo en estos recorridos
largos, lo que permite llegar lejos y hasta pasar a muchos jóvenes por el ritmo
constante en las subidas. Sergio tiene que demostrar fortaleza con sus damas y
como los perritos que saca la gente a pasear, sube y baja por la cuesta para
acompañar a Isolde o a Camila.
La
vista hacia el valle de Subachoque es magnífica, el paisaje con los campos es de
un verde tan fuerte como en los pre-Alpes del sur de Alemania en primavera. En las cañadas
de los cerros se conservan retazos del bosque Alto Andino con un verde muy
oscuro y hacia el horizonte se aprecian los cúmulos nimbus que suben desde la
vertiente occidental del río Negro y el río Magdalena. Algunas nubes bajas
descienden por las laderas cubriendo los campos de cultivo encima del pueblo de
Subachoque que sobresale del valle por estar situado sobre una terraza alta al
pie de la vía que conduce a El Tablazo.
La
bajada es una delicia, se pasa por fincas con excelentes suelos volcánicos
negros sembrados los campos de maíz, arveja o papa, y que tienen su origen en el aporte de
cenizas provenientes de las erupciones milenarias de la cordillera Central. Algunos
suelos de color amarillo rojizo y “chocolate” que describió el profesor Van der
Hammen en los estudios del Cuaternario de la sabana de Bogotá, son visibles en
los cortes de la vía. Cuando los nombro, Camila recuerda su expresión en alguno
de los recorridos en carro que hacíamos cuando niños, después de algunas horas
de aburrirlos con estos temas: “Papi, no más paleosuelos”.
La
carretera pasa por un puente sobre el río Subachoque que viene crecido por las
recientes lluvias y sube en una fuerte pendiente al pueblo. En las últimas competencias
ciclísticas regionales, esta ruta ha sido escogida por su lindo y tranquilo
recorrido. Recuerdo una etapa de contrarreloj individual en la que el ganador
empleó apenas 35 minutos entre Subachoque y Cajicá.
El
restaurante Ubasá en Subachoque ofrece un exquisito almuerzo. Reparamos fuerzas
con un plato compuesto por un lomo de cerdo con salsa de maracuyá o pollo al
horno, patacón pisao o papas al vapor, una ensalada mixta y una torta de maíz. Para terminar, un delicioso jugo de guanábana o de lulo y de postre breva con arequipe o
cuajada con dulce de mora.
A la
salida aprovechamos el solecito de la tarde y nos sentamos en una banca en el
parque para tomarnos una rica agua aromática de maracuyá con panela. La tarde es
idílica, sin embargo gruesas nubes que se empiezan a tornar oscuras se levantan
del lado este en la dirección de nuestro recorrido de regreso.
A un
buen paso pero con algo de cansancio subimos de nuevo al Alto de Canicas a
donde llegamos con las primeras gotas de lluvia. No hay nada que hacer, el
ambiente amenazador de la tormenta que se avecina nos obliga a continuar de
inmediato el camino de descenso. A los pocos metros comienza el aguacero que
nos acompaña durante toda la bajada. El aire se pone frío y llegamos a Tabio empapados hasta los huesos
En el pueblo todavía no ha llovido, así que continuamos la ruta al cerro para pasar a Chía, superando el tramo de recebo seco lo que nos evita la embarrada extrema del día anterior. Cuando llegamos a la gruta de la Virgen al pie de la capilla de Lourdes donde inicia la subida al alto de Peñas Blancas, el siguiente aguacero se desgaja, con rayos y truenos. Nos refugiados en un pequeño abrigo rocoso mientras pasa lo peor, antes de continuar el camino de nuevo empapados. Cuando nos damos cuenta que va para largo decidimos continuar con una llovizna persistente que sigue todo el camino hasta el regreso a la casa, a donde llegamos con algunos signos de hipotermia. Una ducha caliente y la chimenea prendida nos dan el calor de hogar con el que culmina este fin de semana de lindos paseos en cicla a pesar de la mojada.
El resto de la tarde y toda la noche sigue lloviendo, el aire vibra con los poderosos truenos que caen a pocos kilómetros a la redonda. En el pluviómetro se recogen 26 mm de lluvia que sumados a los aguaceros de los días anteriores dan un acumulado de más de 100 mm para este mes de mayo pasado por agua: "mayo, hasta que se rompa el sayo". Y el IDEAM anuncia un final de año con altas posibilidades de tener una Niña, lo que podría aumentar los promedios de lluvia respecto a los últimos 4 años.