De Puerto Montt sobre el golfo de Ancud que separa el continente de la isla de Chiloé parte la famosa carretera Austral que llega hasta el paralelo 48 en la Villa O'Higgins, detrás del Campo de Hielo Sur.
Sesenta kilómetros al sur encontramos el primer paso en ferry. Siendo el final del puente festivo de Año Nuevo, la fila de retorno era muy larga, afortunadamente nosotros viajábamos contra la corriente y pasamos en la barcaza que salía media hora más tarde.
Con la jornada libre, decidimos hacer otra excursión al
Parque Nacional de Hornopirén donde sabíamos que existe un bosque milenario de
alerces, una conífera endémica que crece en estas latitudes. La particularidad
de esta especie es el gran tamaño de los árboles que pueden superar los 50
metros de altura con diámetro hasta de tres metros. Además es la especie más
longeva del mundo después de las Sequoyas americanas. Se han encontrado
ejemplares que se acercan a 3000 años de edad en algunos de los bosques
vírgenes, llamados en este caso alerces “abuelos”.
El acceso al parque se hace por 10 km de carretera hasta las
últimas fincas, y de allí en adelante por una senda abierta en el bosque que se
dirige a una laguna a 1000 metros de altura y el volcán Yates (2100 m.s.n.m.). La senda pasa por un
sector pantanoso con bosque secundario donde quedan los vestigios de enormes
raíces de árboles que fueron talados para extraer la madera. El camino está
lleno de obstáculos hasta el inicio del ascenso hacia los bosques milenarios.
Nos costó casi tres horas llegar a la entrada del Parque con un ascenso por un
camino muy pendiente hasta los 700 metros de altura. Pronto encontramos los primeros
alerces de gran tamaño del bosque primario, llenos de musgos y rodeados de
helechos. El ambiente es muy húmedo a pesar que este año el tiempo ha estado
inusualmente seco (fenómeno del Niño). A medida que avanzamos entramos en el
propio bosque milenario, sorprende el gran tamaño de los árboles y la frescura
del ambiente. Algunos troncos gigantes de los más viejos atraviesan el camino,
uno se siente muy pequeño encima de estos gigantes.
Una hora más tarde llegamos al lugar de nacimiento del río
Negro que baja al valle donde inicia la caminata, y un aviso del parque indica
que solo faltan 700 metros para llegar a la laguna. Cuatro horas de subida
implican un gran esfuerzo de bajada, por lo que decidimos suspender el avance
en este punto y regresar. La bajada nos recordó aquella que hicimos en el valle
de Cochamó por lo larga. En esta ocasión debimos adicionalmente ascender 700
metros de desnivel y retornar por el duro camino de descenso que logramos en
tres horas extenuantes de bajada.
En nuestra cabaña preparamos unas deliciosas pastas y nos
fuimos a dormir tranquilos, cumplido el anhelado deseo de conocer un verdadero
bosque milenario de alerces.
Al día siguiente nos levantamos temprano para llegar a las 8
a.m. para el embarque en el ferry. El procedimiento es interesante pues llenan
el espacio disponible con unos 50 vehículos, además de motos y ciclas. Los
pasajeros en bus pasan por este lugar más tarde pues el viaje es bimodal e
incluye los dos tramos entre Puerto Montt y Chaitén.
Nos colocamos en la parte alta de la embarcación para
observar el abordaje por la rampa de acceso, el viento es muy frío y el
ambiente húmedo a pesar que estamos ya en pleno verano. Las bancas en la
cubierta están empapadas a pesar que no ha llovido en los últimos días.
Una vez completado el cupo el ferry zarpa hacia el sur
bordeando la costa, luego tuerce hacia el “poniente” para salir al mar abierto.
El paisaje es hermoso, dejamos el volcán y el pueblo de Hornopirén detrás de
nosotros y empezamos a divisar nuevas montañas nevadas hacia el oriente. Ya
estamos a 42 grados de latitud sur y las nieves perpetuas están cada vez más
bajas.
La travesía demora las 5 horas anunciadas, este es nuestro
“crucero” por el Pacífico entre los primeros fiordos y las islas de la costa
chilena. El frío es intenso en la cubierta y también en el salón de pasajeros,
debemos ir al carro a buscar ropa más caliente y las botas de montaña.
La
travesía termina en la caleta Gonzalo, ensenada en el fondo de un antiguo
fiordo donde la carretera Austral entra al parque Pumalín, una joya natural con
volcanes activos y cubierta de bosques y glaciares de 2800 km2 que constituye
la reserva privada más grande del mundo.
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