Nos despedimos de nuestros anfitriones en Valparaiso después de un largo desayuno bien charlado. Nos dirigimos a la ciudad de La Serena para continuar el viaje hacia el norte por la Ruta 5. Entramos así a la IV región chilena de Coquimbo por una zona donde hay grandes terrenos con cultivos de palta (aguacate), en zonas que empiezan a ser muy áridas.
La Serena es una linda ciudad al borde del mar, junto con Coquimbo alberga durante las vacaciones chilenas de febrero una gran cantidad de gente que busca las playas. El paso por la Ruta 5 se vuelve intransitable, el calor y los trancones nos hacen temer para conseguir alojamiento. Logramos descifrar en un mal mapa el posible lugar a donde dirigirnos, y encontramos el Hostal de María que tiene por casualidad una habitación libre porque alguien canceló su viaje. Es una casa de familia con habitaciones simpáticas en un largo jardín, y podemos utilizar la cocina.
Desde allí visitamos la ciudad que tiene un centro bonito, en el parque hay un gran mercado de artesanías, de productos típicos de la región entre los que nos llama la atención la papaya. El fruto es nuestra conocida papayuela de los altiplanos cundiboyacenses que para los chilenos proviene de esta región. Vaya uno a saber como fue el viaje de este fruto andino desde la época de la colonia. Una alameda adornada con réplicas de esculturas griegas de comienzos del siglo XX, regalo de uno de los patricios de la ciudad también llama la atención. Nos divertimos un buen rato con la actuación espontánea de un mimo que durante más de una hora atrae a la gente con sus payasadas, imitando a los transeúntes y "acosando" a las damitas. La ciudad tiene su tumbao.
En un día de recorrido por el caluroso valle del Elqui reconocemos uno de los oasis más productivos del desierto. En esta región se produce la uva que se utiliza para elaborar el pisco chileno. Las plantaciones ocupan todo el fondo de los valles gracias al riego, y han logrado colonizar también las partes bajas de las laderas. Algunas producen las famosas uvas dulces chilenas que econtramos en Colombia y también las dejan secar al sol para producir las uvas pasas.
Esta es la tierra de Gabriela Mistral, la poetisa que nació en Montegrande, cerca al pueblo de Vicuña. Allí se encuentra su tumba y la casa humilde en la que vivió con su madre de niña, es hoy en día un museo que recuerda su historia.
Aprovechamos la visita al valle para visitar una productora artesanal de pisco, con visita a la planta y degustación incluida. Nos enteramos de la historia del origen del pisco RRR, por las iniciales de su dueño, masón consumado que se reunía con sus amigos en la cava para probar sus licores y donde se cuentan algunas historias de espanto, como el diabólico niño que se cuela en una fotografía de la familia.
Por la noche subimos al Observatorio Cerro Mamalluca donde podemos participar en una sesión de observación de estrellas en los límpidos cielos del desierto. Con la guianza amena de una linda chica, reconocemos algunas de las estrellas del hemisferio austral, incluida la Cruz del Sur, identificamos las nebulosas de Magallanes, galaxias que habíamos contemplado en los cielos claros de la Patagonia, un cúmulo que contiene más de un millón de estrellas, las lunas de Júpiter y los tremendos cachos del Toro, las Siete Marías (que no son tres) con todas las estrellas de la constelación de Orión, también vimos tenuemente y hacia el horizonte nuestro conocido "chupete" de los niños que es realmente las Pléyades. Esta sesión lleva a la gente del común a interesarse por el universo que nos rodea, en esta ocasión la luna nos acompañó, por lo tanto su luminosidad dificultó la observación. La sesión nocturna terminó con regreso a nuestra morada en La Serena hacia la una de la mañana.
Para terminar esta visita fuimos al puerto de Coquimbo que sufrió fuertes averías durante el terremoto de 2015, incluida la llegada de un tsunami. Desde la parte alta de un cerro subimos a una enorme cruz de 90 metros de altura, que permite ver toda la ciudad, incluida la bahía turística con un puerto minero.
Después de tres días, vemos que es hora de partir de estas áreas pobladas para buscar la soledad de los Parques Nacionales. En Vallenar sobre la Ruta 5 tomamos la carretera que de dirige al mar por el valle del río Huasco. En este puerto nos informamos sobre los atractivos que existen en la región, y nos enteramos que también el tsunami por aquí hizo algunos estragos. El terremoto generó una gran onda que pasó al lado del puerto sin romper, luego se dirigió hacia el valle del río y subió por esta depresión inundando el pueblo de Huasco Bajo.
Más al norte está el Parque Nacional Llanos del Challe donde CONAF administra un camping cerca a Playa Blanca. El fenómeno conocido como la "camanchaca" es la nubosidad que se genera en esta zona cuando al pie del mar se alza la cordillera costera y produce condensación. El Cerro Negro está 700 metros directamente encima del mar, lo que permite la existencia de ecosistemas de desierto ricos en diversas especies de cactus, suculentas y una enorme variedad de plantas que están latentes esperando la presencia de humedad suficiente para desarrollarse. Cada cierto tiempo se produce el famoso desierto florido, cuando la totalidad de la superficie se cubre de multitud de flores durante algunos días, fenómeno que ocurre irregularmente cada 5 a 10 años. El año pasado se presentó en esta zona, los biólogos reconocen el efecto de lluvias repartidas en el tiempo que sumen los 20 mm.
En una caminata de 5 km recorrimos con un guardaparque un camino donde vimos un guanaco solitario que nos recibió a la distancia con relinchos, y un zorro chilla que se mimetizaba entre las plantas del desierto sin huir.
Al regreso en las playas encontramos algunas personas que en condiciones precarias se han instalado en esta costa y se dedican a recoger algas para la venta a empresas exportadoras que según dicen las llevan a China y Japón. Al fondo se oía el ruido del mar con enormes olas que rugían al romper en las playas. Este año el clima no ha sido normal, estas marejadas se han extendido a todo lo largo de la costa y traen las algas hasta el borde.
La estadía en el campamento fue algo incómoda pues llegaron más personas de las previstas para estas instalaciones que fueron recibidas, incluyendo un grupo de 19 motociclistas alemanes. En nuestra vecindad se instaló al lado izquierdo un clan familiar que llevó planta eléctrica, luces de neón y toda la parafernalia de sala y comedor, y al lado derecho una familia tranquila con los abuelos que sin embargo celebraron un cumpleaños con parrillada.
La fiesta de los campistas seguía en su furor cuando regresamos, así que sacamos nuestra tienda de emergencia y nos fuimos a dormir a otra parte. Es una lástima que la gente venga e estos hermosos parajes para hacer actividades que no están acordes con el medio donde nos encontramos, vimos que casi nadie se interesaba por los fenómenos naturales ni por conocer los ecosistemas únicos de estas regiones secas.
Nuestra noche terminó por lo tanto más cerca a la playa, las medidas de precaución que teníamos previstas en caso de temblor se fueron al traste. Sergio pasó la noche con un ojo abierto, pendiente de cualquier signo de amenaza, el rugido de las olas cerca de la carpa no lo dejaron dormir tranquilo. La mañana amaneció esplendorosa, empacamos los trastos y nos fuimos a desayunar al pie de los amanecidos que acababan de acostarse, cantando a todo pulmón : "Cuando pa Chile me voy, cruzando la cordillera....".
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