DE LA PAZ A LA RUTA DE LA MUERTE. 19 de octubre 2015
La Paz es una ciudad de locura que se extiende dentro de la llamada hoyada del altiplano, invadiendo los cañones y las laderas. El centro está a
3650 m.s.n.m., los pueblos del sur, zona empresarial y residencial, bajan a
3200 m.s.n.m. con clima seco y más cálido, y la ciudad que se une hacia arriba
con El Alto, la capital aymara de más de un millón de habitantes, ocupa el
altiplano y las laderas a 4100 m.s.n.m.
De Mallasa donde estamos alojados al lado del Valle de la
Luna, lugar conocido por las impresionantes erosiones, tomamos una buseta al
centro y subimos con el teleférico rojo desde la Estación Central hasta El Alto
para conocer un famoso mercado. Equivale a la subida en el Metrocable de
Medellín, solo que el sistema es de fabricación china. Los pasajeros
acompañantes nos explicaron algunos aspectos de las arraigadas costumbres
paceñas de los mercados y las celebraciones. Como hecho curioso, nos muestran
un carro que cayó al abismo y quedó atrapado con las víctimas en las erosiones
que dominan la ladera encima de los últimos barrios de invasión.
El mercado es una especie de venta de pulgas donde se
consigue desde vehículos nuevos y usados, todo tipo de piezas mecánicas,
utensilios, ferretería usada, ropa china o tradicional, música, celulares,
coches para niños, cortes de madera, tubos y lo que uno se imagine. Los puestos
de venta se extienden por varios kilómetros en la explanada que domina la
ciudad y se mete por las calles hasta donde alcanza la vista.
Bajamos a la ciudad de nuevo para almorzar al lado de la
plaza San Francisco en el acogedor patio interior de una antigua casona
convertida en Hostal. Aunque dicen que Bolivia es muy barato, hemos encontrado que
para tener buena calidad hay que pagar más que en Perú, tanto por la comida
como por los lugares para alojarse.
Visitamos el mercado de brujos, un interesante lugar donde
venden todo tipo de amuletos, polvos, brebajes, fetos de llama, y sobre todo,
las famosas mesas de Chaira que consisten en arreglos con un sinnúmero de
objetos y dulces que se preparan especialmente como ofrenda a la Pachamama, la
Madre Tierra, en un rito pagano que se conserva desde antes de la conquista.
Una dama que estaba haciendo el encargo en el puesto de una “cholita”, nos explicó
todos los detalles del arreglo a medida que lo iban armando. Incluía dulces con
figuras particulares para cada deseo, figurines metálicos, bebidas, todo tipo
de yerba, y para rematar, pequeñas laminillas de oro y plata. El arreglo puede
costar entre 200 y 300 bolivianos (hasta $ 150.000) y la señora de aspecto
moderno que lo estaba encargando manifestaba su afición y fe por estos temas.
El arreglo se quema en la finca donde se cultiva o simplemente en el patio de la
casa y se entierran las cenizas para que se cumplan los deseos y en el campo,
para que las cosechas den buen fruto.
Visitamos la ciudad vieja que queda en el costado oriental
del eje vial que en el sector se conoce como El Prado, con jardín central
obelisco, hasta la Plaza de los Estudiantes.
La Plaza Miranda, punto de partida de todas las vías de Bolivia (Km 0), recuerda a los “protomártires” de la independencia que fueron colgados allí en 1809. Está el palacio de Gobierno y varios edificios oficiales de arquitectura republicana. En uno de ellos, existe un reloj que curiosamente tiene los números de izquierda a derecha (al revés). Parece que Evo quería que todos los relojes públicos del país tuvieran esta característica para distinguirse de los países del norte, según nos explicó un conocedor. Realmente no entendimos el asunto.
Por otro lado, también quiso
cambiar la bandera boliviana de tres colores (amarillo, rojo, verde) por la
bandera pluri-étnica con 36 cuadritos de diferentes colores que representan los
pueblos indígenas del país, hoy bautizado por él como República Plurinacional
de Bolivia. Parece que hubo fuerte rechazo a esta idea por parte de toda la
población no indígena que estaba quedando por fuera, así que en los edificios
nacionales ondean las dos banderas. En resumen, la política indigenista
dominada por los aymaras a la que pertenece el presidente, ha generado fuertes
conflictos sociales en el país, y la gente que no pertenece a esta etnia se
siente discriminada. Lo anterior se experimenta también entre los visitantes
extranjeros quienes sufren cierto rechazo, lo que nos ayuda a explicar las
malas sensaciones que hemos sentido en estos días.
Con un guía local hicimos un recorrido a pie por el centro
para tratar de entender mejor este lugar, y realmente fue muy interesante
escuchar las historias y discutir con él. Entre otras curiosidades, nos mostró
la cárcel de San Pedro, lugar de reclusión de personas que han cometido delitos
no violentos, pero que funciona como una cárcel privada donde se paga por todo
y se pueden tener privilegios (recuerda algunas de Colombia). La diferencia es
que pueden vivir con la familia y existe una escuela vecina que acoge a los
hijos de los presos. Sin embargo la sobrepoblación es muy alta. El paseo lo hicimos con unos jóvenes brasileros muy simpáticos a los que Isolde divirtió con sus cuentos.
En la calle Jaen que conserva varias casas coloniales que
son sede de museos, encontramos un operador turístico que ofrecía el descenso
en bicicleta por la famosa “Ruta de la Muerte”. Nos decidimos tomar el viaje
que consiste en partir de 4700 m.s.n.m. en la Cumbre, por la vía de salida
hacia la selva al oriente de La Paz, para descender por la antigua ruta hasta
un pueblo llamado Yolasa a 1200 m.s.n.m., en un descenso de 3500 metros en algo
más de 60 km. Cuadramos para hacer el circuito al revés, es decir, bajar en
nuestro carro por la vía nueva hasta el punto de llegada, subir con el
transporte de ellos y descender en las ciclas por la Ruta de la Muerte. El
programa es sensacional.
La antigua vía a la selva iba cortada en la ladera de un
cañón muy profundo, era muy estrecha y siempre bordeando el precipicio. Durante
las décadas de uso hubo innumerables accidentes con centenares de muertos. Hoy
en día se utiliza casi exclusivamente para el programa de Down Hill en cicla,
aunque todavía la usan algunos habitantes.
En el paso de la cordillera de los Yungas por ser tan alto y
estar situado en la vertiente oriental más húmeda, frecuentemente cae nieve y
granizo que en ocasiones obliga al cierre de la vía. El descenso lo iniciamos
en medio de la nieve caída la noche anterior, afortunadamente el día amaneció
seco y despejado. Nos pusimos los vestidos de cicla encima de toda nuestra ropa
para protegernos del frío y de eventuales caídas y con un grupo de coreano(a)s
iniciamos el descenso por la vía asfaltada los primeros kilómetros. Las ciclas
son muy pesadas y están diseñadas para este ejercicio que requiere estabilidad
y buenos frenos. Descendimos los primeros 1500 metros de desnivel para iniciar
el recorrido por la Ruta de la Muerte a partir de 3200 m.s.n.m., es decir, 2000
metros por encima del destino final, recorriendo 40 km por la trocha.
A medida
que bajamos la temperatura iba en aumento y fuimos despojándolos de los
vestidos de abrigo. Los paisajes en medio del bosque andino húmedo son
espectaculares, con montañas de más de 6000 metros arriba y valles tropicales
por debajo de 1000 metros en la parte inferior. Los precipicios y lo estrecho
de la vía obligan a tener ciertas precauciones, por ejemplo, se circula a la
izquierda como en Inglaterra para tener mayor visibilidad. A mitad
del camino comenzó a lloviznar, un poco más tarde cayó un buen aguacero que nos
dejó empapados. Afortunadamente la vía que es destapada se mantuvo en buen
estado, así que completamos el descenso en unas 5 horas sin ningún incidente
que lamentar. Alguien de otro grupo sufrió un accidente que los obligó a
devolverse en el carro para La Paz. Abajo tomamos un delicioso almuerzo en la
casa rural de una húngara que nos esperaba también con ducha caliente.
Finalmente fuimos a buscar alojamiento en el conocido pueblo
de Coroico a 1800 m.s.n.m. Encontramos un lindo Ecolodge de una…alemana, que
llegó en los años 80 y construyó en un terreno de ladera a unos 2 km encima del
pueblo varias cabañas, con sus caminos, dejó crecer el bosque, hizo unas
piscinas pequeñas, en un ambiente de tranquilidad. Nos recordó por la
vegetación a Santandercito y nos sentimos de nuevo como en casa. La diferencia
más notoria son los pájaros, aquí abundan las pavas de monte que hacen un ruido
impresionante al amanecer y al atardecer, lo mismo que los uchi, parecidos a
nuestros arrendajos, de color negro y cola amarilla que construyen nidos
colgantes muy grandes en los árboles altos.
Espectaculares paisajes... esa ruta de Down Hill esta genial... solo a ver la foto ya me dió miedo. me alegra que a medida que van avanzando en Bolivia ya le gente va teniendo otro comportamiento alejado ya del maltrato inicial que sin duda no dejaba una buena impresión del país...
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